jueves, 17 de febrero de 2011

El silencio no siempre es bueno...

Se habían conocido hace poco, hace bastante poco. No más de cinco meses. Pero en ese tiempo ambos fueron sintiendo cosas por el otro, algo mutuo, recíproco.
Martina fue un día al campo a descansar, a respirar aire puro, a estar en contacto con la naturaleza y fue ahí cuando lo vio. Fue del primer instante en que lo vio que empezó a sentir mariposas revoloteando por su estómago, al mismo tiempo que su cuerpo se paralizaba por completo. Debió hacer un esfuerzo sublime por volver en sí y no parecer una estúpida.
Julián sintió lo mismo desde el primer segundo en que la contempló, pálida y como dentro de un sueño, como ausente.
-Hola...me llamo Julián...mucho gusto, tú eres...-dijo él con timidez.
-Hola- dijo ella, y salió rápidamente de la habitación principal al patio, a tomar aire.
Se quedó mirando unos segundos a la niña más linda que jamás antes había visto. Le pareció un poco arrogante. Cómo no iba a ser capaz de por lo menos decirle su nombre; era una niña malcriada, pensó.

Martina lo único que hacía era pensar en él. Pasaron dos días y pensaba en él, creía que pronto lo olvidaría. Pasó una semana y seguía pensando en él. Ahí comenzó a preocuparse un poco. Tenía la necesidad de verlo, pero ni siquiera sabía dónde vivía. Sólo sabía que se llamaba Julián y que tenía los ojos más bellos que había visto. ¿Y si lo había imaginado, si sólo lo había visto en un sueño? Temía volverse loca, perder la razón. Sus padres estaban preocupados porque había bajado mucho de peso, no quería comer, y en las noches lloraba sin parar.

La vida les tenía preparada una hermosa sorpresa a ambos.
Primer día de clases. Martina no quería ir. Liceo, enseñanza media, un cambio que la asustaba mucho.
A duras penas se levantó, se lavó la cara de mala gana, no se tomó ni la mitad de la leche y el pan con miel ni lo miró. Bueno, sí lo miró y le dio asco. Luego se subió al auto de su papá y partió a clases.
En el liceo vio muchas caras nuevas, le dio miedo, sintió ganas de llorar, pero no lo hizo. Se dijo a sí misma que era valiente y se lo creyó. A los pocos segundos se sintió la persona más cobarde e insignificante que pisaba la tierra.
Pocos metros más allá vio a Julián con sus enormes ojos azules mirando en otra dirección. Quiso hablarle, estuvo a punto, pero no se atrevió.
Luego él desapareció de su vista y ella comenzó a desesperarse, a sentirse mal, muy mal, como si el aire se le fuese a acabar.
Quedó en Primero A, ya que era una alumna brillante, con el primer lugar durante toda la básica.
Se sentó en primera fila, sacó con desgano su cuaderno rojo y un lápiz. Le pareció horrible el profesor, lo encontró obeso y calvo y que hablaba mal.
Quería ver al niño de ojos azules y decirle su nombre. Pero no era capaz.
Como un milagro divino, tocaron la puerta y era Julián. Entró, dijo Buenos días y se sentó en primera fila...al lado de Martina.
A ella se le dibujó una sonrisa en la cara, se sintió tan feliz que de un momento a otro comenzó a encontrar lindo a su profesor.
Cuando tocó el timbre para salir a recreo todos salieron menos ellos.
No querían separarse, ahí se sentían a gusto. Luego de dos minutos de absoluto silencio Julián dijo:
-¿ No me vas a decir tu nombre?
-No quiero decírtelo, no me interesa- mintió Martina mirando fíjamente a la pizarra.
Julián sonrió y se puso de pie. Dio unos pasos y ella le dijo que esperara.
-Sí- dijo ella.
-Sí qué- dijo él mirándola con atención.
-Sí quiero decírtelo...me llamo Martina- dijo ella al fin, con timidez.
-A mí me pusieron Julián por mi abuelo.
-Yo no sé porqué me pusieron así, no me gusta mi nombre.
-No seas boba, tienes un nombre muy lindo. Oye Martina, acompáñame a comprar algo, no tomé desayuno y tengo hambre. ¿Me acompañas?
Fueron a comprar y ambos se tomaron una leche acompañada con galletas de chocolate.

Al pasar los días se hicieron amigos, muy amigos. Conversaban de todo, o de casi todo, porque curiosamente no hablaban de amor.
Pasaron algunas semanas, varios meses y nada. No hablaban de amor. Aunque ambos estaban lócamente enamorados, no hablaban de amor, como si estuviese prohibido, como si al hablar ambos encontraran la muerte.
Eran inseparables, hasta el extremo de llorar si el otro no estaba. Como ocurrió para las vacaciones de invierno, cuando Martina fue a visitar a una tía a Canadá con sus padres. Fueron dos semanas interminables, agobiantes, terroríficas. Cuando volvió a reencontrarse con Julián sintió como si su corazón fuese a escapársele del pecho. A Julián se le iluminaron más todavía sus ojos azules.

Ambos soñaban que se besaban, que se acariciaban, que no necesitaban nada más para ser felices. Se necesitaban nada más que a ellos mismos.
El problema era que no se atrevían a decirse Te amo. Les daba terror ser rechazados por el otro; no eran capaces de darse cuenta de que se amaban con locura; su amor era una locura, una locura que los había cegado por completo.

Un día martes del séptimo mes del año, Julián vio a Martina conversando con un alumno de segundo. Quedó paralizado, sintió enormes deseos de correr y destruir con sus propias manos a ese intruso, a ese atrevido que osaba hablarle a su amada niña, la niña de sus ojos.
Julián se imaginó lo peor, creyó que se la quitarían para siempre; se sintió cobarde, cobarde por no haberle dicho que la amaba. Dijo Te amo pero Martina no escuchó; volvió a decir Te amo un poco más fuerte y ella tampoco le oyó, estaba a veinte metros y la voz de Julián no alcanzaba a llegar a sus oídos.
La vio sonreír, quizás qué estarían conversando, pensó. Se sintió pésimo.
El alumno de segundo la estaba invitando a salir, y ella le decía que amaba a otro. Luego empezó a contarle unas historias aburridas y ella reía a la fuerza. Sólo quería irse lo antes posible a ver a Julián.
Julián se fue a su casa, buscó pastillas por todos lados y sin pensarlo mucho se las tragó. Se fue a acostar, y se quedó dormido, un sueño profundo, tan profundo que jamás despertaría.
Afuera Martina decía Aló, venía decidida a decirle Te amo a Julián.
Pero era demasiado tarde...