martes, 17 de mayo de 2011

Reflexión profunda Nº1

Quise sentarme a meditar unos minutos un día que me encontraba muy bajoneado. Recuerdo que ese día el cielo amaneció cubierto de nubes de un tono gris oscuro. Eso no fue lo que me deprimió sino que una serie de hechos negativos que se fueron presentando uno tras otro en un lapso breve de tiempo.
Poco antes del almuerzo me senté a meditar. Sentía rabia, frustración y tristeza. El pesimismo se apoderó de mí en ese instante. La primera pregunta que me hice fue esta: ¿Vale la pena seguir viviendo? En ese momento me dije que no, pero acaso ¿era mejor estar muerto? La respuesta también resultó ser un no, pero un NO rotundo. Después me pregunté: ¿Qué cosas hacen que la vida valga la pena? Emm, bueno, sin duda hay una serie de cosas que hacen la vida más agradable. ¿Pero cómo cuáles? Por ejemplo, cri cri cri; no encontraba ninguna. ¿Escuchar cantar a los pajaritos? NO. ¿Escuchar la lluvia? Puede ser, pero no tanto. Haber, respiré profundo. No puedo dejarme llevar por sentimientos negativos. Es verdad que soy un ser humano, esto quiere decir que inevitablemente, aunque no quiera, sentiré odio, envidia, tristeza y todo tipo de emociones desagradables, pero es mi deber no dejarme dominar por todo aquello.
En eso estaba cuando comenzó a llover, y en vez de seguir triste me fui al segundo piso a escuchar la lluvia. Comencé a sentirme mejor. Al rato estaban cayendo granizos y el techo en pocos minutos se volvió blanco. Abrí la ventana y agarré un puñado de nube cogelada. Me sentía bien.
Ahí me pregunté nuevamente: ¿Qué cosas hacen que valga la pena vivir?: ¿Tener una casa lujosa, un auto caro? NO. ¿Tener el dinero en abundancia para comprar todos los chiches materiales que se nos antojen? no, no, NO. ¿Pero qué entonces? Pensé un minuto. Esto hace que valga la pena vivir, cosas maravillosas que sólo Dios puede dar, como una lluvia con granizos, mirar las estrellas, ver un amanecer, un atardecer. Para mí eso es muy bonito. Podrán llamarme cursi, no importa.
Me acordé de un empresario millonario que fue secuestrado unos días, que para él resultaron interminables. Al recuperar su libertad le preguntaron qué había extrañado más. No nombró ninguno de sus lujos materiales. Sólo dijo que anhelaba con locura volver a ver a su pequeña hija de dos años, que tras tomarla en brazos ella le decía "Papá, te quiero". Después de recordar eso mi mamá me llamó a almorzar...