martes, 7 de junio de 2011

El lenguaje de los ojos.

Quiero contarles una historia. No es cualquier historia. Es una historia de amor. El amor para mí es lo más hermoso. No tengo ninguna duda. Es cierto que hay gente que odia el amor, o derechamente no cree en él. Qué palurdos son. Sin el amor se pierden lo mejor de la vida. Bueno, mi intención no es aburrirlos así que empiezo.
Les cuento que mi nombre es agustín, tengo quince años y voy a segundo. Me gusta ir al liceo, no les diré que es lo que más me gusta hacer, porque mentiría, pero me agrada. Sobre todo me gusta la clase de lenguaje con la señorita Moraga, que es muy bonita y también bastante inteligente. Pensarán que me gusta ir sólo para verla a ella, aunque últimamente no puedo perderme una sola clase de lenguaje siquiera.
Debo reconocer que antes me gustaba más la biología e incluso en la universidad quería estudiar algo relacionado con eso, pero este año cambié de opinión. Con la llegada de la señorita Moraga comencé a interesarme más por las palabras y esas cosas. Es que ella es tan apasionada, se nota que ama lo que hace; enseña con tanta dulzura, con tanta dedicación.
Mi hermana Clara, que es además mi única hermana, me molesta cada vez que puede. Ella tiene trece y es rubia. Yo soy moreno. A lo mejor ella es adoptada, o tal vez yo. Cada vez que puede, como les decía, me molesta. Me dice que parezco un estúpido últimamente, que ando como en la luna. Tal vez tenga razón. En las cosas del amor no soy un experto, más bien soy bastante inexperto. ¿Estaré enamorado? Les contaré mis síntomas: Cuando pienso en ella siento que todo es perfecto, me siento poderoso, me dan ganas de luchar, de ser mejor. Me gustaría demostrarle que soy el hombre ideal para ella. Por favor no me digan que aterrice o que me busque una de mi edad, porque la quiero a ella. Tan sólo a ella...a la señorita Moraga.
Tengo que contarles algo de ella para que la conozcan. Es hermosa, es perfecta, y cuando habla yo la quedo mirando como un verdadero imbécil, con la boca abierta. Mis compañeros se deben dar cuenta, porque me miran y se ríen. Pero me da lo mismo. Yo me río de ellos, porque de seguro no conocen el amor. No saben lo que se siente.
Como les decía, ella es perfecta, y su voz es muy dulce. Me gusta todo; sus ojos son bellos, color miel, y cuando me mira quedo helado, paralizado. Sus labios son rojos y sexies. Su sonrisa es blanca como la nieve, y su perfume es enloquecedor. Su cabello es brillante. Cuando camina todos la quedan mirando y siento unos enormes celos, casi enfermizos. Como si pudieran tocarla con la mirada. Yo, con la mirada la devoro.
Ahora deben estar segurísimos de lo que siento por ella. ¿Es amor, verdad? Sin duda alguna. Aunque estoy metido en un tremendo lío, porque no me atrevo a decirle que la amo. Me imagino esta escena.

-Señorita Moraga, ¿Puedo decirle algo?
-Claro Agustín, dígame nomás.
-La amo desde el primer día en que la vi.
-Supongo que es una broma- me dice riendo.
-Por supuesto que no, señorita Moraga, yo la amo desde el...

No. No me atrevo a decírselo. Además si se lo digo no sacaría nada. Sólo se reiría de mí. No, no se reiría, pero me diría que me fije en una alumna de mi edad.
¿Y si ella siente lo mismo por mí? No creo, es imposible.
Recuerdo a mi tío Alberto, que siempre decía que lo más lindo es el amor, y silbaba todo el tiempo. Tenía suerte con las mujeres. Si estuviera vivo le pediría un consejo. Lamentablemente mi tío murió el año pasado, en un accidente automovilístico.
¿Qué puedo hacer para conquistar a la señorita Moraga? El otro día estaba leyendo un artículo sobre seducción. Creo que no me servirán porque dice que lo más importante es hablarle a una mujer y de ahí se van dando las cosas. De una conversación depende en gran medida el éxito o el fracaso. Los seductores son grandes conversadores. Estoy perdido. No digo que no me guste hablar, incluso hablo harto, pero sólo con mis amigos. Esto de la timidez es un gran problema. Me siento pésimo.
Algo tendré que hacer y lo antes posible. No debo olvidar que el tiempo pasa rápidamente. Tengo que practicar para perder el miedo a hablarle. No entiendo el temor que siento, siendo ella tan dulce.

-Señorita Moraga, ¿Tiene unos minutos para mí?, me urge decirle algo.
-Por supuesto Agustín, todos los minutos que quiera.
Ahí la miro fíjamente a los ojos y le digo:
-La amo, la amo tanto que no podía seguir ocultándolo, señorita Moraga.
Y ella me sonríe y me dice:
-Yo también te amo, Agustín...¡Te amo!- me abraza y me besa.

No. No y No. No me atrevo. Además su respuesta no sería esa. Lo que sí es verdad es que días atrás le regalé una manzana, y me sonrió, me dio un efusivo beso en la mejilla y me dijo "Gracias", con esa voz tan linda que tiene.
¿Y si ella también me amara? Me lo hubiese dicho, porque no es para nada tímida. Tiene una gran personalidad. Así que mejor no me haré falsas ilusiones.
Esto del amor puede enfermar a cualquiera, incluso trastornarlo. Sin duda tiene su lado hermoso, pero...¡ ay, Dios! ojalá termine pronto este calvario. Si ella me quisiera todo sería perfecto.
Nunca he estado tan cerca de decírselo como hace dos días.

-Señorita Moraga, le quiero decir algo- le dije armándome de valor.
-Sí, dígame.
-Es algo que no puedo aguantar más...es algo que tengo aquí...
-Pero dígame pues, Agustín- me dijo sonriendo.
-Es una cosa hermosa...ay...¡Cómo se lo digo!- parecía un idiota.
-Me está poniendo nerviosa, Agustín, ya dígame- me dijo frunciendo el ceño.
-Aquí voy, señorita Moraga, le quiero decir que...
En ese momento sonó su teléfono, contestó y al rato me dijo:
-Ya, ahora sí, dígame.
-Sus ojos, señorita Moraga, sus ojos son tan bellos.
-Gracias Agustín- me besó la mejilla-, eres tan dulce.

Soy un imbécil con todas sus letras. No la merezco.
¿Tendré que conformarme con tenerla sólo en sueños? En los cuales la acaricio, la abrazo, la beso, le digo que la amo, ella también me lo dice, por supuesto. Si la vida fuera un sueño en el cual ella siempre estuviera conmigo, sería genial, pero...llega el fatídico instante en que debo despertar y no la tengo a mi lado, y recuerdo que ni siquiera he sido capaz de decirle que la amo...hasta antes de ayer. Sí, ayer le dije definitivamente todo.
Después de clases, fui a la sala de profesores y la llamé. Salimos al patio.

-No tengo mucho tiempo, Agustín, dígame rápido.
-Señorita Moraga- le dije, luchando por no temblar- yo...
-Me dice más tarde, me tengo que ir- me dijo mirando su reloj.
-No, por favor, no se vaya- respiré profundamente y dije- ¡La amo!.
Ella sonrió, se mordió el labio inferior y no me dijo nada.
-Desde el primer día en que la vi.
-Agustín, por favor, el amor a primera vista no existe, y si existiera, no creo en él.
-¡Estoy loco por usted!- grité.
-No grite, por favor- se puso su dedo índice en la boca indicando silencio.
-Es que la amo de verdad- le dije con cara de idiota.
-Ya lo sabía- me sonrió.
-¿Lo sabía?- pregunté sorprendido.
-Claro, sus ojos me lo habían dicho mucho antes.
-¿De verdad?- sonreí.
-De verdad, y si hubiese comprendido lo que le decían mis ojos...
En ese momento la llamaron, y antes de irse me dijo.
-Hablamos más tarde.